El tiro de gracia con el que se mató al modernismo arquitectónico

“La arquitectura moderna se extinguió de golpe y con una sonora explosión en St. Louis, Missouri,
el 15 de julio de 1972 a las 3:32 de la tarde, cuando a varios bloques del infame proyecto
Pruitt-Igoe se les dio el tiro de gracia con dinamita.”
 -Charles Jencks-

Modernismo (12)
¿Cómo es que el movimiento arquitectónico más influyente del siglo XX llega a su fin de una manera tan abrupta? ¿Será que las características que proyectaron al estilo internacional como la solución para algunos problemas sociales de la época como la pobreza, sean las mismas que llevaron a este utópico movimiento al declive?

Los pioneros del movimiento moderno tenían la firme creencia de que el resultado de una “mejor arquitectura” sería, indudablemente, un mejor mundo. Pues más que aprovechar los avances tecnológicos y científicos producto de la segunda revolución industrial, pretendían entender la dinámica del individuo, la familia y la comunidad para resolver, por medio del diseño arquitectónico, la problemática social, sobre todo después del caos provocado por las guerras mundiales.

Uno de estos pioneros fue Walter Gropius quien, a través de la Bauhaus, enseñaba a sus alumnos a diseñar con base en la pureza de las formas y la funcionalidad, pues, entre otras cosas, se pretendía eliminar el individualismo elitista del artista y del arquitecto tradicional. El diseño arquitectónico no debería contener más ornamento que el necesario para funcionar.

En 1928 el racionalismo filosófico formulado por Descartes (con sus “Meditaciones Metafísicas,” y “El Discurso del Método”), y complementado por Kant, se materializó. Le Corbusier aplicó los principios básicos de la arquitectura racionalista en su famosa Villa Savoge. Función, progreso y antihistoricismo se fundieron en un edificio habitacional que no contiene ornamento innecesario, cuenta con una planta libre, está suspendido sobre pilotes y es iluminado por grandes ventanales horizontales. Le Corbusier, entre otros modernos, tenían un ideal que no se limitaba a la vivienda unifamiliar.
Se desarrollaron proyectos de vivienda vertical con el objetivo de resolver problemas de sobrepoblación, falta de saneamiento y pobreza en las urbes a través de líneas puras, función y progreso. Estos proyectos contemplaban áreas comunes como pasillos y zonas exteriores que en teoría promoverían la interacción social (un concepto parecido al dom kommuna del constructivismo ruso).

La unidad Habitacional Marsella es un claro ejemplo de los planes modernos para que la vivienda colectiva cumpliera con funciones perfectamente establecidas y se ajustara a los demás servicios de una ciudad.

Como podemos darnos cuenta, los modernos eran ambiciosos. No pensaban detenerse en la sección habitacional. Prácticamente querían llegar a diseñar utopías urbanas en las que todas las zonas funcionaban a la perfección, casi de una manera mecánica.

La Carta de Atenas, producto del CIAM IV, detallaba una separación funcional de zonas de residencia, de ocio y de trabajo basadas en el plan para Una Ciudad Industrial (1901) de Tony Garnier.  Aunque los principios de la Carta de Atenas no fueron aplicados al pie de la letra al urbanismo, tuvieron influencia en él la planeación de ciudades reales como Chandigarh (Le Corbusier, 1947) en la India, y Brasilia (Lucio Costa y Oscar Niemeyer, 1960) en Brasil.

Los arquitectos del movimiento moderno estaban convencidos de que iban a cambiar y mejorar  al mundo con sus principios de diseño. Sí, no hay duda de que el movimiento moderno, mediante la utilización de materiales industriales como el cristal, el acero y el concreto, redefinió el horizonte urbano de las ciudades, sustituyendo pesados ornamentados y achaparrados bloques por otros ligeros, altos y sobrios que permitieron el desarrollo urbano vertical. No obstante, en muchos de los casos, el estilo internacional fue incapaz de crear un diálogo coherente entre la arquitectura y la experiencia humana.

Le Corbusier diseñaba “máquinas para vivir.” Ideó su propio sistema de medición basado en la proporción humana y sentía que así tendría completamente calculado cómo iba a actuar todo ser humano. Consideraba también que la “buena arquitectura” podía determinar que las personas tuvieran un mejor comportamiento social. El problema con esto es que el ser humano no es una máquina programable. Tal vez, esta concepción pudiera ser viable en un edificio industrial o incluso comercial, ya que estos sí requieren de un funcionamiento casi mecánico para cumplir sus propósitos, pero al perseguir un ideal de diseño “puro” en una vivienda, irónicamente, se olvidaba que era ideada para que un ser humano la habite.

Es sólo hasta ahora que podemos percibir como problemáticas algunas de las modificaciones sociales y urbanas producidas por la revolución industrial y el movimiento moderno, pues las observamos en retrospectiva y sus magnitudes se han vuelto suficientemente grandes.

La pregunta entonces es, ¿si en la actualidad tenemos la capacidad de observar las desventajas de esta manera de proyectar, por qué se sigue utilizando en algunas instancias el modernismo arquitectónico?

El movimiento moderno es un claro ejemplo de que es importante tratar de ver más allá del problema arquitectónico puramente estético, sin embargo, se debe tener cuidado al tratar de hacer de la arquitectura un instrumento al servicio del cambio social.

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