La teoría científica que explica por qué nos cuesta tanto cambiar de hábitos

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo adoptar o cambiar de hábitos? En 1981, el biólogo británico Rupert Sheldrake publicó el libro “Una nueva ciencia de la vida: La hipótesis de la Resonancia Mórfica”. En él propone la idea de los campos mórficos, que son patrones en la naturaleza que se repiten y se transmiten entre objetos y seres tantas veces que, en algún punto, ya no existe una conexión directa con el origen del patrón y se realiza de forma automática. Los campos mórficos, de acuerdo a Sheldrake, ocurren tanto en el mundo físico —como en las moléculas, en los ecosistemas o en las células— como en las conductas y los patrones de comportamiento de los seres vivos. A partir de lo anterior podríamos dar una explicación sobre los hábitos humanos. En palabras de Sheldrake: “la resonancia mórfica tiene un número enorme de implicaciones… la primera y mayor de ellas es que las llamadas leyes de la naturaleza pueden ser más como hábitos”.

Una de las acepciones de “hábito” es la siguiente: “modo especial de proceder adquirido por repetición de actos semejantes, u originado por tendencias instintivas”. Por hábito entendemos las costumbres que repetimos casi inconscientemente y de forma cotidiana en nuestra vida. Es como una “memoria del cuerpo y de la mente”. Un tic, por ejemplo, es un hábito; un impulso electroquímico que recorre una ruta específica formada por neuronas que se conectan. Mientras más veces ocurran estas conexiones neuronales, las rutas se “fijan”. Esto es lo que pasa cuando practicamos un movimiento específico para una actividad —un deporte, una rutina de baile, tocar un instrumento, pronunciar una palabra, etcétera—; la repetición que implica la práctica es la que crea un hábito en nuestro cuerpo, la capacidad para moverse con facilidad en una forma específica. El aprendizaje y desarrollo de esta capacidad se incrementa con la repetición del movimiento de manera consciente, guiado por la atención. De esta manera, la energía del organismo —intención, tensión, impulso, ruta neuronal, comunicación celular— sigue siempre el mismo camino hasta que es integrado por el cuerpo y asimilado por el inconsciente. Este paso de lo consciente a lo inconsciente es lo que genera un hábito nuevo.

También podemos comprender los hábitos desde una perspectiva más clásica con el estudio del fisiólogo ruso Pavlov sobre los reflejos condicionados, los instintos y el popular caso del perro que babea al escuchar la campana. Está también el psicólogo alemán Kohler, y su estudio con primates sobre el comportamiento animal y la capacidad de los animales para actuar de forma “inteligente”; es decir, de integrar viejos hábitos para crear nuevos con el fin de alcanzar ciertos objetivos —generalmente relacionados con la supervivencia-. Pero estos estudios nos llevarían más bien a la ruptura del hábito, ya que nos acercan a cualidades consideradas exclusivas de los humanos: la inteligencia y la voluntad.

Tenemos hábitos instintivos y hábitos por repetición. El hábito instintivo nos “encadena” a nuestra condición más animal; nos condiciona en el espacio y está ligada al tiempo, a la evolución, al desarrollo, al crecimiento, al pasado, al estado físico de nuestro cuerpo y a la naturaleza. Por otro lado, el hábito por repetición tiene que ver con nuestra historia natural, personal, con la identidad, con los pensamientos que retiene la mente, las actividades que realizamos —consciente e inconscientemente— y que van modelando un collage de hábitos específicos que conforman al individuo.

En una conferencia, Sheldrake menciona:

“Las leyes de la naturaleza no están todas fijas, pueden evolucionar. Una de las implicaciones de esto es que todas las especies, incluidos humanos, recurren a la memoria colectiva. Cada individuo recurre a la memoria colectiva y contribuye a ella.”

Esta “memoria colectiva” a la que se refiere Sheldrake recuerda al inconsciente colectivo de Jung, ese “lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo”. Con respecto a los campos mórficos, Sheldrake añade:

“Otra implicación es que la memoria ordinaria trabaja por resonancia mórfica, no está almacenada en tu cerebro, tu cerebro es más como un receptor que sintoniza con memorias a través del tiempo”.

Esto es completamente novedoso, sugiere la capacidad del cerebro para comunicarse —o recibir información— de manera no convencional, por “resonancia mórfica”; una especie de campos, patrones o estructuras de orden que organizan el Universo desde su inicio y a través de su evolución hasta este preciso momento.

Rupert Sheldrake intenta mostrar a la comunidad científica su teoría, pero ha sido atacado por diversos científicos e incluso a su trabajo se le ha llamado “pseudociencia”. Pero de ser cierta esta teoría de los campos mórficos, ¿qué tan dispuestos estamos a replantearnos nuestros propios límites? ¿Hasta qué punto nos condicionan el pasado, la memoria, los instintos y nuestros pensamientos? ¿Tenemos realmente el poder de cambiar hábitos y crear nuevas rutas neuronales o estamos limitados a la repetición de modelos de pensamiento que adquirimos genéticamente? Por ahora, sólo nos quedan las palabras de Gandhi a manera de gotas que caen en un estanque:

“Cuida tus pensamientos porque se volverán palabras.

Cuida tus palabras porque se volverán actos.

Cuida tus actos porque se harán hábito.

Cuida tus hábitos porque forjarán tu carácter.

Cuida tu carácter porque formará tu destino, y tu destino será tu vida”.

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