Las mujeres que se convirtieron en diosas del placer a través de las artes

Cuando pensamos en una geisha nos vienen a la mente imágenes de mujeres elegantes, vestidas con finas telas; figuras delicadas que con sus rápidos y cortos pasos parecieran flotar al caminar. Detrás de peinados imposibles y un maquillaje artesanalmente creado, se esconde un mundo de misterio, arte y seducción que poco conocemos y se remonta a hace más de 300 años; juzgamos lo que no entendemos y el hermetismo característico de esta tradición ha llevado a la existencia de ideas erróneas sobre las mujeres a las que el destino las llevó a convertirse en geishas.

Una geisha (o geiko) es una artista japonesa y la palabra literalmente significa “persona de las artes”. En un principio era una práctica en la que abundaban los hombres, geisha 1pero poco a poco fueron desplazados por mujeres. Las geishas eran instruidas desde niñas en diferentes artes tradicionales japonesas, tales como la danza, el canto, la música —shamisen como el instrumento más característico—, el sadō(ceremonia del té), la literatura y la poesía, esto con el fin de entretener fiestas, reuniones y diversos eventos.

En la antigüedad, muchas de las niñas que llegaban a las okiyas (casas de geishas) eran vendidas por sus familias, regularmente se trataba de hijas de campesinos y pescadores de las provincias de Japón que ante la extrema pobreza vendían su mayor tesoro para poder sobrevivir. Vivían en una sociedad totalmente matriarcal, la figura máxima de cada okiya es la okaasan, que significa “madre”; ella era la que compraba a las niñas y se encargaba de su manutención y entrenamiento. Todo esto generaba una deuda que la pequeña adquiría con su casa.

A una chica le tomaba años convertirse en geisha, al llegar a sus nuevos hogares ellas realizaban principalmente tareas domésticas y se les conocía como shikomis; en esta etapa comenzaban a tomar clases de todas las artes que deberían aprender. Sólo cuando la “madre” decidía que estaban listas para ser maikos (aprendices de geishas) se les asignaba figurativamente una hermana mayor, su oneesan. Este suceso se conmemoraba en una ceremonia llamada san-san-kudo (3-3-cambios) en la que la madre, la hermana y la nueva maiko intercambiaban tazas de sake en presencia de cinco testigos.

Esta nueva hermana, quien era una geisha con experiencia, le enseñaría todo: desde el sentarse, hasta a hacer reverencias y caminar siempre con movimientos gráciles y elegantes. La llevaría a todos los eventos a los que ella fuera para que observara silenciosamente el arte de la conversación y la narración, también le presentaba posibles clientes y con el tiempo la maiko empezaba a tener sus primeras presentaciones artísticas ante el exclusivo público que era parte de este mundo.  Maiko y oneesan eran básicamente inseparables y creaban un vínculo muy especial entre ellas.

Cuando la maiko cumplía 15 años ocurría un suceso muy importante llamado mizuage en el que era puesta a la venta su virginidad. Este evento se realizaba con suma discreción y de la forma más ceremoniosa posible; la oneesan elegía a los posibles clientes, aquellos que no sólamente pagaran el precio más alto sino que también fueran hombres honorables y prestigiosos. La “madre” recibía las ofertas y tomaba la más alta, pues en mucho casos este ritual pagaría una buena parte de la deuda de la maiko. Una vez que este acontecimiento sucedía, se procedía a continuar con el erikae (cambio de cuello), una ceremonia donde la maiko que ahora era considerada oficialmente una mujer pasaba de usar cuellos de kimono rojos a blancos; este evento la convertía en una geisha. Si con el tiempo lograba destacar de alguna forma, podía aspirar a ser adoptada por su madre y convertirse así en la heredera de la okiya.

A los distritos donde trabajan las geishas se les conoce como hanamachis (ciudad de flores). Las okiyas se encontraban regularmente fuera de los llamados “distritos de placer”, donde sí se ejercía la prostitución abiertamente. Las maikos y geishas se dedicaban a entretener y capturar la atención de los clientes a quienes atendían a través de las distintas habilidades que poseían para servir el té, declamar poesías, tocar instrumentos, bailar y cantar. Era común que hubiese varias geishas en un mismo evento, pero también había clientes especiales que querían disfrutar a solas de la compañía de alguna de ellas; cuando esto pasaba era necesaria la presencia de un chaperón, para evitar rumores que desprestigiaran a la mujer en cuestión. El tiempo que pasaban en determinado lugar era medido mediante un incienso de flores llamado senkōdai que al consumirse indicaba que el servicio había llegado a su fin.

geisha 2

¿Pero quiénes eran los hombres que pagaban estrepitosas cantidades de dinero por la compañía de estas míticas mujeres? En general, empresarios exitosos, militares de alto rango o personajes influyentes de la política. En el Japón antiguo la mayoría de los matrimonios eran arreglados, por lo que los hombres muchas veces se sentían infelices y recurrían a las geishas como un refugio en el que sabían que la política de confidencialidad prohibía hablar a sus acompañantes sobre cualquier cosa que vieran u oyeran.

No era de extrañarse que en muchas ocasiones algún hombre cayera completamente rendido ante la belleza y gracia de estas mujeres, así que se ofrecía a ser su danna; pese a que la palabra significa literalmente “marido”, eran sus amantes. La tradición era que las geishas tuvieran un solo danna a la vez. Mientras más poderoso el hombre, la geisha era más afortunada, pues con la ayuda de éste no sólo se podía cubrir su deuda, sino que se llenaban de lujosos regalos e iban a exclusivos eventos; sin embargo, esta relación siempre estaba condicionada a la capacidad económica que tuviera el danna, si éste no podía cubrir más los gastos o decidía terminar la relación, la geisha podía entonces buscar un nuevo benefactor.

Uno de las elementos más característicos del mundo de las geishas siempre ha sido la elegante y misteriosa imagen que proyectan estas mujeres con su maquillaje, kimonos y elaborados peinados. Cada elemento diferencia a una maiko de una geisha, podríamos decir que las maikos en general llevan colores más vistosos en tonalidades rojas y rosas, sus trajes suelen ser más llamativos pues representan la alegría e inocencia de la juventud. Las geishas deben ser más discretas, ya que son la imagen de la elegancia y la madurez; usan colores azules, lilas, grises y tonalidades de rojo.

El maquillaje blanco solía ser una mezcla de aceites, polvo de arroz y plomo. Las geishas dejan una “W” o una “V” en su nuca descubierta sin pintar, ya que esta parte de la anatomía femenina es considerada sumamente sensual en la cultura japonesa. Los labios rojos tienen el objetivo de aparentar una boca más pequeña, las maikos sólo pintan la parte inferior. Las cejas son delineadas en negro al igual que los ojos; sin embargo, las maikos usan tonos rojos y rosas, que bajan de intensidad conforme se van desarrollando.

Los complicados peinados se logran con aceites y algunas otras esencias naturales. La elaboración del peinado es a la fecha muy difícil, pero en la antigüedad era además muy costosa; por tanto, dormían en una omaku, que era un artefacto de madera que les inmovilizaba la cabeza durante la noche permitiendo que el peinado durara por días.

Las geishas no visten ropa interior occidental, sino unas cintas de algodón en el pecho y caderas; después se colocan el cuello del kimono, una falda decorada y una blusa muy delgada que dan su forma al kimono, el cual se sujeta con un cinturón de seda llamado obi.

Dichas prácticas y lo rudimentario de los pigmentos antiguos hacían que las geishas sufrieran alopecia temprana, manchas en la piel por el uso de plomo y malestares en la columna. Ahora se usan pelucas y maquillajes modernos.
Una de las razones por las que el número de geishas se vio drásticamente reducido a las mil que existen hoy en día —ubicadas principalmente en Kyoto— fue la llegada de la Segunda Guerra Mundial. Cuando las fuerzas americanas invadieron Japón, muchas okiyas fueron destruidas, las geishas huyeron y tomaron otros oficios. Al perderse el control de las tradiciones, muchas mujeres pertenecientes a los distritos del placer imitaban el maquillaje y vestimenta de las geishas, y vendían sus servicios a los soldados, lo que provocó una imagen equivocada de esta tradición.

Pero la tradición sobrevivió. Las geishas actuales eligen por ellas mismas esta profesión, ya sea por admiración o herencia cultural. Las prácticas como el mizuage han quedado en el pasado y el tener o no danna es una decisión que ahora les pertenece. También pueden llevar una vida con actividades cotidianas, como ir a la escuela, tener un esposo, hijos u otro trabajo. Es un mundo misterioso y que pocos entienden, las geishas aprenden el arte de la seducción de una forma distinta a la que conocemos en Occidente: la fascinación y el placer a través de la conversación, las artes y el misticismo

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